De entre los posibles patrones de la gestión cultural que pueden ocupar el cargo con el mayor de los merecimientos hay uno que destaca entre todos: Gabino Quintanilla, hijo de Quintanilla, el de la serrería.

Pueden ustedes saber de su vida y obra viendo la que considero -de momento- mejor película del cine español: Plácido, de Luis García Berlanga.

Gabino (un soberbio José Luis López Vázquez) sufre durante toda la película porque, aunque no es protagonista de nada, todo depende de él: la llegada de las starlettes foráneas, la cabalgata con motocarro, el arreglo de la gran sala de celebraciones, el denigrante reparto domiciliario de pobres, la emisión de radio, las complicaciones de la noche y, cómo no, la desesperada ansiedad de Plácido (inmenso Cassen) por pagar una letra al notario.
Eso es un gestor cultural, una persona que, alejada de los focos, apechuga con todo lo que hay que hacer para encontrar un camino entre un artista -léase escritor, conferenciante, docente, etc.- y el público, desde encontrar helio para hinchar globos hasta contactar con una embajada para conseguir contactos o recursos (basado en hechos reales).
Gloria a Gabino Quintanilla- hijo de Quintanilla, el de la serrería- que nos guía a todos los que padecemos la gestión cultural y, por supuesto, la interferencia de esa ocupación tan inestable con nuestra vida privada.
NOTA: que Plácido es y será siempre un hito en la historia de nuestro cine pueden ustedes comprobarlo en este maravilloso y sorprendente artículo de David Trueba escrito con la mejor de las pasiones mistificadoras de Berlanga y Azcona.